¿Por qué estamos aquí?
Hoy, al detenerme en el pulso de mi propio corazón, siento cómo se funde con el latido del mundo. Nos encontramos en una era compleja, llena de contradicciones y urgencias que, al observarlas detenidamente, desnudan el sufrimiento compartido de millones de seres. Reflexionando en medio de este silencio inquieto, surge una pregunta inevitable: ¿por qué estamos aquí? ¿Cuál es el propósito de nuestra presencia en un mundo que se desgarra en tantos niveles y donde el dolor parece una constante? La respuesta que emerge de este momento de introspección es a la vez sencilla y desafiante: estamos aquí para proteger a los inocentes. Estamos aquí para convertirnos en guardianes de aquellos que sufren, para ofrecer refugio, justicia y dignidad a quienes enfrentan adversidades que muchos ni siquiera logran imaginar.
El dolor en el mundo es real, tan tangible y profundo que, muchas veces, resulta abrumador. Nos encontramos inmersos en una guerra invisible, una guerra que se libra en múltiples frentes: una guerra entre la explotación y la justicia, entre la indiferencia y la compasión, entre el egoísmo y el servicio a los demás. Y esta guerra no tiene un solo campo de batalla; se despliega en cada rincón de nuestro planeta y en las dinámicas cotidianas que moldean nuestras sociedades y nuestras vidas. Se da en el maltrato hacia los animales, en la opresión de los pueblos originarios, en la devastación de nuestros ecosistemas, en la explotación de la infancia, en las injusticias que atraviesan nuestros sistemas sociales. Cada día, vemos cómo los inocentes sufren en silencio, atrapados en una red de desigualdades y desequilibrios que nosotros, de una forma u otra, hemos permitido que se construya y se fortalezca.
Nuestra misión en este contexto es profunda y demandante: debemos tomar una posición consciente y comprometida en esta lucha, una postura que exprese el verdadero propósito de nuestra humanidad. Porque estamos aquí para ser mucho más que espectadores, mucho más que aquellos que observan el dolor a distancia y giran la vista hacia otro lado. Ser humano significa ser capaz de empatizar, de sentir el dolor ajeno como propio, y de responder con acciones concretas que puedan aliviar ese sufrimiento. Para lograr esto, debemos empezar por desmantelar las barreras que nos separan de quienes sufren, aprender a ver el mundo a través de sus ojos, a comprender sus miedos y sus angustias. Sólo así podremos despertar la compasión genuina que nos lleve a actuar, a convertirnos en el cambio que el mundo necesita.
La Empatía como Punto de Partida
En la esencia de nuestro ser existe una capacidad innata para sentir empatía, para reconocer el sufrimiento en el otro y sentir el impulso de aliviarlo. Sin embargo, esta capacidad se ha visto eclipsada en muchos casos por una vida moderna que prioriza la comodidad y el beneficio propio. Hemos construido muros, a veces invisibles, que nos alejan del dolor ajeno, que nos insensibilizan. Vivimos en un mundo donde el dolor se oculta tras pantallas y estadísticas, donde el sufrimiento se convierte en números y cifras. Pero cada cifra representa una vida, un ser con esperanzas, sueños y miedos, con una historia que merece ser contada y escuchada. En este sentido, el primer paso hacia una vida consciente es derribar estos muros y permitir que la empatía vuelva a ocupar su lugar central en nuestras decisiones y acciones.
Empatizar con quienes sufren es un acto de valentía, porque nos exige mirar de frente la injusticia, el abuso, el abandono. Nos exige abrirnos a la incomodidad de sabernos parte de un sistema que, muchas veces, perpetúa estos ciclos de sufrimiento. Pero también nos da una inmensa fuerza, porque desde esa empatía surge la voluntad de actuar, de posicionarnos a favor de los inocentes, de aquellos que no tienen voz en un mundo que muchas veces los ignorantes o los silencios. Empatizar significa hacernos responsables de nuestro impacto en el mundo, tanto en lo que hacemos como en lo que dejamos de hacer.
La Guerra Invisible: Un Conflicto Multinivel
La realidad que vivimos puede verse como una guerra silenciosa, un conflicto que no se limita a armas y territorios, sino que se despliega en muchos niveles. Hay una guerra contra la naturaleza, donde los intereses económicos y la ambición desenfrenada han convertido los recursos naturales en mercancías, despojándolos de su valor intrínseco y devastando ecosistemas enteros. Hay una guerra contra la humanidad, donde los sistemas de explotación y desigualdad condenan a millones de personas a una vida de pobreza y sufrimiento, donde el trabajo infantil, la trata de personas y la explotación laboral siguen siendo realidades a las que muchas veces no queremos. enfrentar. Y finalmente, hay una guerra contra nosotros mismos, una batalla interna que se libra entre nuestros impulsos egoístas y la compasión, entre la indiferencia y el compromiso con un mundo más justo.
Esta guerra multiforme no es ajena a ninguno de nosotros; todos estamos involucrados, tanto de manera directa como indirecta. Cada elección que hacemos tiene repercusiones en esta compleja red de conflictos. Nuestra forma de consumir, nuestros valores, nuestras acciones cotidianas… todo contribuir a definir de qué lado de esta guerra queremos estar. No podemos ser neutrales en un mundo que nos exige tomar partido. La neutralidad, en este caso, equivale a permitir que la injusticia continúe, que el sufrimiento de los inocentes se perpetúe.
Nuestra Posición ante la Guerra: Ser Guardianes y Protectores
Ante este escenario, nuestra misión se vuelve clara: debemos posicionarnos del lado de los inocentes, de los vulnerables, de aquellos que han sido relegados y olvidados. Esto no significa que tengamos que enfrentar el mundo con violencia o confrontación; significa, más bien, que debemos armarnos de compasión, de valentía y de compromiso, y estar dispuestos a luchar por la justicia en cada una de nuestras acciones.
Proteger a los inocentes implica un cambio profundo en nuestra forma de ver el mundo y de relacionarnos con él. Significa abrirnos a la posibilidad de ser agentes de cambio, de ser la voz de aquellos que no pueden hablar, de defensor a quienes no tienen la fuerza para hacerlo por sí mismos. Nuestra misión es convertirnos en guardianes de la vida en todas sus formas, en protectores de aquellos que son más vulnerables, desde los animales que sufren en silencio hasta los niños que crecen en entornos de violencia y privación. Debemos reconocer que nuestra fuerza reside en nuestra capacidad de unirnos, de sumar nuestras voces y nuestras manos en una causa común.
Para lograr esto, necesitamos un compromiso activo y sostenido. No basta con sentir compasión; Debemos traducir esa compasión en acciones concretas que contribuyan a aliviar el sufrimiento y construir un mundo más justo. Esto puede implicar decisiones difíciles, como cuestionar nuestras prácticas de consumo, replantear nuestras prioridades, dedicar tiempo y recursos a causas que benefician a los más necesitados. Pero cada pequeño esfuerzo cuenta, cada acto de bondad y solidaridad es un paso en la dirección correcta.
Hacia un Futuro de Paz y Justicia
Estamos aquí para construir un futuro donde la paz y la justicia sean posibles, un futuro donde cada ser, humano o no humano, pueda vivir con dignidad y respeto. Este futuro no se construye de la noche a la mañana; es el resultado de miles de actos de amor y compasión que, sumados, tienen el poder de transformar el mundo. La tarea puede parecer inmensa, pero no estamos solos. Cada uno de nosotros es una pieza de un gran rompecabezas, y juntos podemos lograr un cambio real.
Al final, proteger a los inocentes no es sólo una responsabilidad; es nuestra razón de ser. Es lo que nos conecta con nuestra humanidad y lo que da sentido a nuestra existencia. Hoy, mientras escucho el pulso del corazón global, renuevo mi compromiso con esta misión, con la esperanza de que cada uno de nosotros pueda encontrar en su propio corazón la fuerza para luchar por un mundo mejor, un mundo donde todos, sin excepción, puedan vivir en paz.
Sandra Fernández
Directora & Fundadora del Instituto de Bioingeniería Cuántica
Sandra!
El mundo visto realmente con el corazón, una gran verdad y un camino por andar paso a paso. Abrir corazones y unir almas para seguir creando un mundo mejor para todos, humanos y no humanos!. Tanto por hacer. Gracias por esta lluvia de reflexiones, por estás genuinas verdades. Abrazo desde el corazón. Ame
Estamos aquí para la difícil tarea de descubrir quienes somos y cuál es nuestro origen. Nuestra fuerza interior reconocida y desplegada al servicio de quien la necesita es la única fuerza que transformará a quien la recibe. Y también a quien la da. Y esa maravillosa fuerza que está en todas partes y que mueve y conmueve todo, está dónde te conectas desde lo profundo de tu interior, esa es el amor.
Un paso a la vez…
Un latido a la vez…
Vamos fluyendo y transformando la realidad que que queremos manifestar.
“Que todos los seres de todos los mundos, tengan Paz y Felicidad”
Gracias, gracias, gracias
Me encantó esta reflexión, donde nos llama a buscar y vivir en paz, sintiendo que todos somos uno.
Gracias por siempre mantener la llama de luz.
Te abrazo desde el corazón
Gracias Sandra por esta reflexión.
Siento cierta impotencia ante tal cúmulo de dolor humano.
En mi pequeña vida trato escuchar la colaboración que puedo hacer. Aunque siento que pierdo fuerzas cuando no veo como realizarlo compartiendo.
Gracias
Apreciada Sandra, admiro y agradezco mucho tu capacidad para escuchar el pulso del corazón global, y tú generosidad y entrega para guiarnos hacia el encuentro con la fuerza de nuestro propio corazón, y que ella nos lleve a sumarnos a la necesaria lucha que prrmita conquistar un mundo mejor para todos.