El silencio y la coherencia. El silencio como fuente de sentido y coherencia. Para los pitagóricos, que entendían el universo como una manifestación de geometría y números, la realidad era una música hecha de proporciones, medidas, intervalos: la llamada música de las esferas, el ritmo secreto que coordina todos los movimientos, grandes y pequeños, de la creación.

En consonancia con este entendimiento, la antropología ha descubierto que la música es una de las experiencias más importantes de la vida humana. No hay cultura, antigua o moderna, que carezca de algún tipo de producción musical. Es una manera en que el ser humano expresa su existencia mediante el sonido y el ritmo.

¿De dónde viene esta presencia fundamental de la música?

Si pensamos sobre lo que es la música, normalmente asumimos que es fundamentalmente una combinación de características del sonido: timbre, volumen, altura. Una indagación más profunda, sin embargo, nos revela que lo principal en la generación de música es el ritmo, es decir, la utilización de la repetición de diferentes duraciones de sonidos y la capacidad de combinar estas duraciones para la expresión de emociones o significados incluso más profundos.

Esta es probablemente la razón de la presencia constante de la música en la vida de todas las culturas humanas, pues desde que somos concebidos en el vientre de nuestra madre, nuestra existencia se hace evidente por el ritmo de las primeras células que se forman que son, claro, las células del corazón.

Desde este momento, nuestro corazón no dejará de latir hasta el momento de la muerte. Esto significa que el ritmo, la repetición constante y regular de un sonido es la compañía de toda nuestra existencia.

Es posible, sin embargo, indagar más profundamente y preguntarnos por lo que hace posible la existencia del ritmo. Es evidente que la duración de un sonido está determinada por el inicio del sonido y su terminación; estos dos extremos están determinados, a su vez, por el silencio: no nos sería posible identificar un sonido de otro, y sobre todo la duración de un sonido, que es la que determina el ritmo, si no reconocemos que hay un silencio antes de que empiece el sonido y un silencio cuando termina.

El silencio es la condición de posibilidad del sonido, del ritmo, de la música y de cualquier forma de experiencia. A esto quizás se refería el compositor Claude Debussy al firmar que la música es en realidad el silencio entre las notas: el silencio es lo que le da sentido al sonido, lo que le permite existir organizadamente y manifestarse de manera inteligible y no como un caos de experiencias sonoras.

Así como el espacio es lo que posibilita que las formas geométricas existan y se desarrollen, que se muevan, se expandan o se contraigan, el silencio es la condición del sonido, lo que permite que este exista y sea identificable como experiencia.

Para casi todos es fácil reconocer el efecto que tiene en nosotros estar en una habitación llena de cosas, por la que no es posible caminar sin tropezarse, en la que la luz no puede entrar porque los múltiples objetos obstaculizan todas las ventanas: nos sentimos encerrados, ahogados, incómodos. Sin embargo, no parece que seamos tan conscientes del efecto que tiene sobre nosotros el exceso de sonidos: desde que nos despertamos cada mañana experimentamos todo tipo de sonidos y estos se acumulan a lo largo del día.

¿No es parecido a lo que pasa en la habitación llena y desordenada?

Si a esto le añadimos que nuestro propio pensamiento es una forma de sonido constante que experimentamos en nuestra consciencia segundo a segundo, es posible que empecemos a entender la importancia de ordenar los sonidos de nuestra vida y vaciar un poco nuestro sistema para volver al silencio original que permite la existencia armónica del sonido.

En un estudio de 2015, publicado en la revista Brain Structure and Function, se presentaron resultados de experimentos que sugieren que el silencio ayuda a la regeneración neuronal en el hipocampo. También se ha comprobado experimentalmente que ayuda a la función cardiaca, disminuye la presión arterial y baja los niveles de adrenalina y cortisol, que son las hormonas productoras de lo que conocemos actualmente como estados de estrés.

Además de estas funciones fisiológicas, muchos artistas, filósofos y buscadores espirituales han reconocido siempre que el silencio es indispensable para que exista un adecuado encuentro con nosotros mismos, que es de donde surge la creatividad, la comprensión, el perdón, la sabiduría.

Por todas estas razones, es necesario incluir dosis cada vez más significativas de silencio en nuestras vidas. Este silencio no se refiere solo a la actitud de evitar hablar, sino al hecho, más importante, de rodearnos de un ambiente silencioso con regularidad, para que nuestro cuerpo y nuestro pensamiento se ajusten al ritmo propio del universo.

De esta manera nuestros ciclos, nuestro ritmo, se alinea con una sabiduría más universal, y no se mantiene en un estado de reacción permanente a estímulos inmediatos producidos por ruidos sin orden ni conciencia, como los miles de sonidos que hay cada segundo en las ciudades: automóviles, voces, televisores, radios, teléfonos inteligentes, etc.

Se comprende así que el llamado “retiro” es necesario, es decir, la desconexión periódica del constante flujo de estímulos auditivos. Igual que el cuerpo necesita ayunos cada cierto tiempo para reiniciar sus funciones con la energía renovada, nuestra conciencia necesita los retiros, las cuarentenas, la desconexión, para ajustarse y acomodarse nuevamente con su fuente: la inteligencia universal que se manifiesta siempre pero que es difícil de percibir en un ambiente que no sea silencioso.

Lo que busca nuestra consciencia es reflejar fielmente la sabiduría de la fuente de donde surgió; igual que un lago refleja el bosque a la perfección solo cuando sus aguas están quietas, nuestra conciencia solo puede reflejar la sabiduría original del universo cuando está en quietud, en silencio, en una neutralidad sin esfuerzo que llamamos silencio.

Por eso, al final, más cantidad de silencio significa mejor comunicación, mayor belleza en nuestra música, en nuestras ciudades, más sabiduría, mayor intuición, compasión y coherencia con la misión profunda que guarda nuestro corazón. Escuchar mejor a nuestro corazón significa silenciar más nuestro ambiente y acallar con mayor frecuencia nuestra mente. Bienestar, terapia y evolución

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Sandra Fernández

Descubridora del PCT Pulso Cuántico Toroidal Base de Bioingeniería Cuántica

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